Uno de los legados literarios más significativos que dejó el Siglo de Oro es un género de neto cuño español: la picaresca, que tiene tres grandes hitos con las novelas El lazarillo de Tormes (1535), Guzmán de Alfarache (1599-1604) y La vida del buscón (1629). La influencia de la picaresca se hizo sentir en otros idiomas y culturas y perdura hasta el presente, como muestras dos ejemplos: Confesiones del estafador Felix Krull de Thomas Mann y una película argentina: Nueve reinas.
La estructura de la novela picaresca es la historia de un marginal que vive del robo y pequeñas estafas -y no solamente vive, muchas veces se dan vuelta las tornas y el protagonista resulta víctima de otros estafadores, o es encarcelado en castigo a sus fechorías-, pero a su vez esa novela es de formación (bildungsroman) o novela de aprendizaje. Así el protagonista, a medida que pasa de la adolescencia -generalmente con distintos compañeros de aventuras, que cumplen el doble rol de explotadores y maestros- a la madurez, gana en sabiduría y hacia el final de su vida, o cuando ha sentado cabeza, en un relato en primera persona, nos cuenta su vida y andanzas.
Si bien sus antecedentes se remontan a la literatura clásica -hay rasgos de picaresca, entre otras obras, en: Satiricón de Petronio, El asno de oro de Apuleyo, las comedias de Plauto y Terencio y muchos de los relatos de Luciano de Samosata- pero, con el paso del tiempo, límites y reglas de escritura se dilatan, continúan y evolucionan. Así tenemos rasgos de picaresca en dos personajes de Mark Twain: Tom Sawyer y Huckleberry Finn; fundamentalmente en Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) -donde se reúnen los requisitos del género: novela de formación, de costumbres, crítica social y moral, todo esto interpolado historias autónomas que se van intercalando-; la evolución continúa y los relatos ya no son necesariamente en primera persona o toman otro soporte narrativo, tal el caso de Nueve reinas.
Lo interesante del género, y quizás el secreto de su pervivencia y evolución, es que si bien los relatos tienen una impronta pretendidamente “popular” y pasatista, su contenido y el fuste de los autores que han incursionado en ella muestran lo contrario. Y esta especie de oxímoron narrativo se da en el contenido y carácter bifronte del género: un relato cómico que enmascara una profunda y descarnada crítica moral y social. De esta manera, la novela picaresca admite dos niveles de lectura: el meramente lúdico y el que abre espacios de reflexión.
Este doble juego del gusano que se metamorfosea en mariposa, de peón que se corona en dama, lo anuncia y enuncia Mateo Alemán en el prólogo de Guzmán de Alfarache, concretamente con dos de las dedicatorias con que abre el libro. La primera: “Al vulgo”, donde alude al tópico de Horacio “Odio al público ignorante y me alejo de él” (Odi profanum vulgus, et arceo); la segunda: “Del mismo al discreto lector”, donde explicita sus propósitos: “Haz como leas lo que leyeres y no te rías de las consejas (cuentos o relatos) y se te pase el consejo, recibe lo que te doy y el ánimo con que te lo ofrezco y no lo eches al muladar del olvido”.
En Parque jurásico (Jurassic Park) -la excelente novela de Michael Crichton, no la olvidable antología de efectos especiales de la serie de películas que la sobrevinieron- se extrae de mosquitos petrificados en ámbar el ADN contenido en sangre de especies extintas y con el cual se clonan, por un lado, y generan por el otro, nuevas especies. De la misma manera, una vuelta a textos clásicos, o formas narrativas que estos desarrollan, permite actualizar conflictos y angustias congénitas a los humanos: desde los celos de hermanos que derivan el en asesinato de Abel, a los privilegios de la primogenitura con Jacob y Essaú, a viajes a países imaginarios o relatos de mentirosos. Remontar el hilo de estas historias, que de tanto ser contadas y recontadas se tornan cada vez más contemporáneas, es el renacer de la inspiración y la literatura. ¿Qué otra cosa sino una vuelta a la Anábasis de Jenofonte ha sido el regreso de los varados en el exterior con el comienzo de la cuarentena por el Covid 19 y que afrontaron el difícil retorno a sus hogares? Como en El Danubio de Claudio Magris, remontar viejas historias nos acerca a los orígenes del río, una canilla en la ladera de un monte.
No todo fluye como el río, Danubio o el de Heráclito, a veces se estanca y emponzoña como el lago Estínfalo; hay historias y protagonistas que, al narrarse remozados, se contaminan con el cristal de la realidad pos pos moderna, donde los protagonistas son tan políticamente correctos e “inclusivos” como afinados a las leyes de la mercadotecnia, hasta el punto de volverlos adocenados e intrascendentes y, lo que es peor, vendidos como si fuera oro fino -artes y armadijos de la mercadotecnia-; en ese momento, como una alarma, suena la primera dedicatoria, “Al vulgo”, de Guzmán de Alfarache. Y también una reflexión de un autor contemporáneo, cuya obra no he leído y de la cual hay pocas referencias; sin embargo es muy conocida la cita de una novela suya.
El autor, Waldemar Lysiak (1944), polígrafo polaco, reconocido por su aversión a los regímenes totalitarios y cuyas críticas se asemejan a las de George Orwell. La novela se llama Statek (1994), de la cual no tengo más datos, y es probable que sea tan verídica como el Necronomicon de Lovecraft, o las bibliografías borgeanas. Pero la reflexión de Lysiak, se afina con estos rebrotes, ya que no de Covid-19, de mediocridad, porque dialoga en el tiempo con el odi profanum vulgus et arceo de Guzmán de Alfarache; Dice Lysiak: "If majority is always right; let's eat shit... millions of flies can't be wrong" (Si las mayorías siempre tienen la razón, comamos mierda, millones de moscas no pueden estar equivocadas).
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