Andaba por ahí, la muerte insatisfecha; podía verse en las sombras que se desplazaban, aunque todo estuviera quieto, o en el inexistente viento que batía puertas. Andaba con destellos y atascos y cosas que se caían. En un imperceptible segundo, se abrió a codazos, fatigada, sujetó a Milena. La perra alcanzó a emitir un ruido como de piedra abierta avisando que aceptaba, sin rebelarse, la invitación de la muerte de irse a jugar a la ronda.
Un responso para Milena, constante, compañera, tierna.