La guerra de los botones, homo pugnans 2/7/2022
Danilo Albero Vergara escritor argentino
Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.

Hace añares, en la época de los reproductores de video en formato VHF, volví a ver una película en blanco y negro que me había deleitado, en la “pantalla grande”, en mis primeros años de la universidad: La guerra de los botones (La Guerre des boutons, 1962).Me enteré de que hay dos versiones en color, de 1994 y 2011. No he visto estas remakes; me proporcionaría el mismo efecto que ver la edición remasterizada y coloreada de Casablanca; me refugio en mis nostalgias, porque tengo presente la historia.

En los tres casos trata de la adaptación de una novela de 1912 de un escritor francés, muerto en la Primera Guerra, y la historia repite el poema de Nicolás Guillén: “Ayer vi a un niño jugando / a que mataba a otro niño. / Hay niños que se parecen / a los hombres trabajando”. Y los octosílabos parecen repetirlo porque los acontecimientos –en la película de 1962– transcurren en la Francia ocupada por los nazis durante las vacaciones de verano de 1944. Como todos los años, los chicos de dos pueblos vecinos se enfrentan armados de palos, espadas de madera, y hondas para tomar prisioneros a los del bando contrario. La moraleja no pasaría a mayores, pero el líder de uno de los bandos tuvo una idea que transforma al juego: se le ocurre quitarle a los enemigos prisioneros los botones para que vuelvan humillados a sus casas. A partir de entonces, el pueblo que consiga arrebatar el mayor número de botones ganará la contienda. La suerte está echada, ahora los niños no juegan, son “hombres trabajando”; alegoría de la infancia, donde la curiosidad y la inocenciason, aparentemente, atributos de los pequeños -la novela El señor de las moscas ofrece otra visión-; aquí los protagonistas siguen al pie de la letra reglamentos y consecuencias, con un sentido de lealtad y honor más estricto del que suelen tenerlos adultos en conflictos bélicos verídicos.

Con esta transmutación, en los dos sentidos y reversible -juego/guerra versus guerra/juego-, los niños trabajan como hombres y a su vez los hombres juegan como niños; porque el término “juegos de guerra” puede aludir a algo más que a una simple actitud lúdica, también a los preparativos para un enfrentamiento real -y letal- en una contienda en serio. Hace añares, los militares usaban las llamadas “mesas de arena”, más o menos del tamaño de una de billar pero en vez de paño verde, arena. En ellas se simulaban enfrentamientos de batallas pasadas y también de las inminentes; el fotógrafo Robert Capa cuenta que, en la bodega inferior del barco que lo llevó -junto con las tropas, al desembarco en la playa Easy Red en Normandía, el 6 de junio de 1944- había una enorme carpeta de goma con la reproducción a escala y en miniatura de cada edificio, accidente de terreno y árbol con que habrían de encontrarse al momento de descender de las barcazas de asalto y trató de memorizar los puntos de referencia más importantes; los hechos le demostraron que muchos de los detalles a los que había prestado atención sólo existían en la imaginación de quienes confeccionaron la maqueta.

Pero en tiempos de paz los juegos de guerra continúan activos, el “juego ciencia” por antonomasia -nunca tuve en claro cuando usar el término y esta oportunidad me vino como anillo al dedo-, el ajedrez, es un símil de batallasde la antigüedad y Edad Media, un enfrentamiento frontal de dos ejércitos, blancos y negros,con castas y jerarquías: rey, reina, obispos, caballeros, castillos e infantes o carne de cañón, los peones -en las obsoletas mesas de arena ejércitos blancos y negros eran sustituidos por azules y colorados, colores que a los argentinos nos traen reminiscencias de enfrentamientos, reales y sangrientos, entre dos futuros dictadores: Onganía y Lanusse-. Una forma más sofisticada y refinada de librar combates en tablero es el juego del Go donde el enfrentamiento no es frontal sino a lo largo y ancho de todo el tablero, desde el lugar, o lugares, que cada contendiente quiera elegir.

Más allá de juegos, nuestro lenguaje es rico en terminologías y metáforas castrenses. Todos los días oímos hablar, en distintos quehaceres, de “estrategias” (del griego strategós = general) para llevar adelante” “campañas”, “guerras” o “cruzadas” -contra el hambre, obesidad, drogas o vacunación-, o “librar batallas para lograr nuestros objetivos” - ,“objetivo” en una de las acepciones de la RAE: “Punto o zona que se pretende ocupar como resultado de una operación militar”- y es frecuente leer en algún obituario que alguien “perdió la batalla contra una cruel enfermedad”. Para culminar con nuestro vocabulario; un término tomó carta de ciudadanía en el léxico cotidiano, cuando, a la espera de un resultado electoral, los políticos se reúnen en sus búnkeres; que ha ganado, en la RAE, el verbo bunkerizar; y el sustantivo bunkerización.

Los libros sagrados no eludenlas invectivas sangrientas, entre otras:“Maldito aquel que ejecuta negligentemente la obra del señor y maldito el que veda a su espada el verter sangre” (Sagrada Biblia, Jeremías 47:10); y “Cuando vuestro señor inspiró a los ángeles ‘yo estoy con vosotros’, ¡confirmad pues a los que creen!, infundiré el terror en el corazón de los que no crean. ¡Cortadles el cuello!” (Corán, 96:01)

Por eso no es extraño que, amparados en ideologías, religiones o proyectos políticos, de la metafórica La guerra de los botones, a la realidad actual, la guerra continúe evolucionando en un espectro cada vez más complejo y tecnificado. Hoy las tenemos convencionales, de baja intensidad y las multivalentes “guerras híbridas”, que las incluyen a todas en una: no convencionales, financieras, ecológicas, inmigratorias, terrorismo, jurídicas, cibernéticas, de información y noticias falsas. Situación que, en este momento coloca a la humanidad en lo que los analistas políticos llaman “la trampa de Tucídides” -por el autor de La guerra del Peloponeso- y es el comienzo de un conflicto armado cuando una potencia emergente quiere sustituir a la dominante -en el caso de Tucídides, Esparta que enfrenta a Atenas.

Hoy parecen repetirse los versos de la añeja pero actual canción de Credence Clearwater Revival, la entrañable Bad Moon Rising (1969), en los años de apogeo de la Guerra de Vietnam: “Veo crecer la mala luna / Veo problemas en el camino / Hoy veo malos tiempos / Veo terremotos y relámpagos / Hoy veo tiempos malos” (I seethebadmoonarising / I seetroubleontheway / I seeearthquakes and lightning / I seebad times today). Por eso, y como contraveneno a esos tiempos, es bueno recordar y actualizar una de las consignas del pacifista Flower Power de los años de Bad Moon Rising: “Haga el amor, no la guerra”.

Aunque también es muy cierto aquello de “en la guerra y en el amor todo vale”. Mucho antes que al amor, el hombre poetizó y le cantó a las guerras.





Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.

Literatura literatura latinoamericana literatura hispanomericana ensayos literarios
Danilo Albero Vergara escritores argentinos escritores latinoamericanos novelas de escritores argentinos