La ananké de Notre Dame 4/22/2019
Danilo Albero Vergara escritor argentino
Literatura, relatos, crítica literaria, ensayos literarios, novelas

El incendio de Notre Dame, ineluctable, remite a la novela que inmortalizó la catedral en la literatura y el cine y, también, contribuyó, desde la primera edición (1831), para que los parisinos tomaran conciencia del estado de abandono de la misma. Esta toma de conciencia se concretó catorce años después, cuando el arquitecto Viollet-le-Duc ganó el concurso para su restauración, labor que le llevaría casi un cuarto siglo.

El comienzo de la novela Nuestra Señora de París (Notre-Dame de Paris) tiene una breve introducción que, en el día de hoy, es premonitoria: el autor descubre, en un rincón de una galería de las torres, la palabra griega ANANKÉ (fatalidad, destino) y, en visitas posteriores, no volvió a encontrar, porque los muros habían sido raspados o encalados. Concluye con una reflexión: así como la palabra desapareció, el destino también atenta: el tiempo, las restauraciones y el populacho que destruye; la misma catedral tal vez podría desvanecerse de la faz de la tierra. En el prólogo a la segunda edición de la novela (1832), Víctor Hugo aclara que ha intercalado tres capítulos inéditos; en ellos lamenta por el estado de abandono de Notre Dame y otros edificios históricos de la ciudad, lo que le permite discurrir sobre los estrechos vínculos entre literatura y arquitectura.

A partir de ANANKÉ, el autor hace un proceso de anastilosis narrativa de once capítulos donde reconstruye la historia de París en el momento histórico en que transcurre el relato (1482), ubica a los protagonistas –incluido, en la mitad de la novela, el autor de la inscripción– cuyas vidas y destinos se entretejen; la catedral será el telar, también las Moiras. Notre Dame de Víctor Hugo puede ser vista como una trinidad pagana: Cloto, Láquesis y Atropo; la que hila; la que asigna el largo del hilo de la vida de los hombres y la que lo corta. Las tres brujas de Macbeth harán otro tanto.

ANANKÉ y las palabras liminares de Nuestra Señora de París resultaron proféticas. Viollet-le-Duc no sólo se encargó de la restauración de la catedral, le dio el aspecto con el cual hoy la conocemos; empezando por los íconos que la identifican: las quimeras o estirgas que adornan antepechos, cornisas y bordes sobresalientes. Para estos agregados se basó en las descripciones del capítulo X de la novela, cuando Quasimodo arroja sobre los asaltantes una lluvia de plomo fundido que escurre por la boca de dos gárgolas, entretejiendo figuras diabólicas. Las quimeras o estirgas, mal llamadas gárgolas –las salidas de los desagües pluviales, ornadas con imágenes fantásticas– y, muchas veces, una quimera ha sido añadida sobre una gárgola. Dentro de estas modificaciones en la restauración, los toques más evidentes: Viollet-le-Duc añadió la aguja central –más acorde al romanticismo decimonónico que al gótico tardío–, cuya altura supera a las torres, y su propia estatua, si bien bastante oculta, en actitud de observar sus modificaciones –estatua y aguja central que harían más apropiada la reflexión de psicólogos que de arquitectos.

En uno de los capítulos incorporados en la segunda edición, Víctor Hugo reflexiona que cada piedra de la catedral es una página de su historia, y cada oleada de tiempo deposita una capa que añade una página a ese gran libro pétreo; pero los autores no figuran en la obra. El tiempo es el arquitecto: "los grandes edificios, como las montañas, son obras de los siglos"; ya en Eneida, Virgilio había vaticinado: "los trabajos interrumpidos quedan suspendidos". Así pasa con el arte y la literatura: Virgilio sobre Homero; Antigona Vélez de Leopoldo Marechal sobre Antígona de Sófocles; El reñidero de Sergio de Cecco sobre Electra de Eurípides, Picasso y Dalí sobre Velázquez, Velázquez sobre Ticiano, James Joyce sobre Ulises.

"Los grandes edificios, son obras de centurias"; aunque no siempre para bien. Porque luego de este incendio catastrófico se abre un interrogante: no fue un acto de vandalismo, sino de cariño y protección. La catedral pasaba por un largo proceso de mantenimiento, restauraciones estructurales, y puesta al día de sistemas de control y seguridad. Una imprevista falla del siglo XXI puso en riesgo de extinción a una obra empezada en el siglo XII y terminada en el XIV. Setecientos años de tecnología no pudieron evitar que un cortocircuito la ponga en estado de coma inducido, por el incendio que comenzó en la base de la aguja añadida por Viollet-le-Duc. ANANKÉ lo hizo.

Valga la reflexión –y plegaria agnóstica–: para que el rescate y reconstrucción de esta permanente metamorfosis de piedra de novecientos años sea exitosa y su palingenesia continúe gozando de buena salud. Y Notre Dame pueda reencarnar en pétrea ave Fénix. Porque es sabido: Tempus edax, homo edacior (el tiempo roe, el hombre roe aún más).





Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.

literatura literatura latinoamericana literatura sudamericana narrativa argentina
Danilo Albero Vergara escritores argentinos escritores latinoamericanos narrativa latinoamericana