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daniloalberovergara 3/7/2024 5:29:28 AM
daniloalberovergara
Schadenfreuden en Madrid
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
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Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana
 

En el libro octavo de la Odisea leemos que los dioses tejen desdichas a los humanos para que a las futuras generaciones no les falte de qué cantar, nada más apropiado para la travesía burocrática posterior a mi accidente. Días que subsiguieron al 23 febrero; mezcla de alegría por retornar a Madrid e indignación por la lentitud para concretar la presentación del seguro de RENFE ante el Hospital Gregorio Marañón por mi accidente en Atocha el 22.

Cuatro viajes a la oficina en la estación más media docena de largas llamadas telefónicas -intermediadas con pérdidas de datos y certificados ya entregados, en forma presencial o vía correo electrónico, que debí reenviar- fueron una mezcla de El proceso salpimentado con temas para malos chistes argentos sobre la inutilidad de los gallegos -el más desopilante, la penúltima llamada, del otro lado de la línea una voz lee el parte del Hospital, que enviamos el PDF, y donde figura mi alta para activar el seguro: “no figura su alta, don Danilo”, “por favor lea la última hoja allí figura, “la última hoja está en blanco, don Danilo”, “eso es al final, lea en la parte superior por favor”, “pues que dice Hospital Gregorio Marañón, don Danilo”, ese es el membrete del hospital, un poco más abajo, por favor”, “lo encontré, gracias, don Danilo, lo paso con la supervisora”, “hubiéramos empezado por allí”, pensé pero no lo dije, la luz del entendimiento me hizo ser muy comedido.

El lunes 26, parcialmente liberados recorrimos un par de alas del Museo Thysen, quedaron pendientes para esta semana, salas sobre el arte y cultura alemana de la República de Weimar, datos e imágenes que fotografiaré y enriquecerán la lectura de La Alemania de Weimar, presagio y tragedia, rastreado, antes de partir de una reseña en una revista literaria, y encontrado en la mítica libraría La Central de Callao.

La jornada siguiente demandó otro par de horas para recuperar en Atocha copia del ticket del pasaje de tren de Barajas a la estación, ya incorporado a mi legajo cuando registraron el accidente, pero perdido en un tornavía burocrático. Luego, por fin, la inmersión en el Reina Sofía y ver la exposición Picasso 1906; la gran transformación; fue el año que precedió al viaje de pintor a París; cuando definió influencias futuras, incorporó a su estética expresiones consideradas “arqueológicas” y las integró en el campo de las artes plásticas; inmersión en máscaras, dibujos y pinturas africanos, griegos y egipcios que aflorarán en su obra futura.

Otra exposición, la antinomia del publicitado arte oficial de la dictadura franquista: El pan y la cruz -pródiga en símiles de martirologios cristianos con mártires del bando golpista- junto al mimetizado arte opositor de los derrotados tratando de no levantar sospechas: La vanguardia “frívola” en la posguerra -bodegones con mendrugos de pan, cáscaras de queso y vasos de agua, muñecas mutiladas, diseños de vidrieras y maniquíes de formas surrealistas opuestos al “realismo franquista” y escenas de trabajo cuasi esclavo de obreras y campesinos.

Si uno busca surgen correspondencias baudelerianas entre formas o conceptos curatoriales aparentemente diferentes. En el Museo de América una exposición temporal: Sumando Historias - 10 años de adquisiciones, muestra el criterio de las recientes colecciones incorporadas y que dialogan con la perspectiva de Picasso en la exposición del Reina Sofía sobre nuevos conceptos de arte, y ambos dialogan con los objets trouvés de Duchamp. Ahora serán esculturas, tallas, vestimentas rituales y herramientas de uso cotidiano de las distintas culturas de América, sumados a objetos personales e instrumentos científicos de exploradores e investigadores desde la conquista al presente.

Una visita a la reciente colección Galerías de las Colecciones Reales, anexa al Palacio Real y por suerte no tan publicitada lo que evitó inevitables colas para entrar. Luego, pendiente por el frustrado viaje pre Covid en el 2020, el Museo Naval. Me considero dilettante de historia marítima y conocimientos náuticos, pero me abrumó la historia y la importancia de los marinos españoles en el arte y la técnica de navegación que, en muchos aspectos, fueron transmitidas al resto del mundo. De paso y, en un vano intento de comparar mi accidente, grapas y dolores, sumado a la alergia crónica que me hace toser y llorar mocos todos los días, tomé nota de su vida y traje la historia del almirante, Blas de Lezo y Olavarrieta.

Nació en 1689, desde los doce años vivió embarcado en naves de guerra por cuatro continentes, combatió contra cualquier rival de su país; pero con una sumatoria de mutilaciones que lo transformaron en una suerte de Vizconde demediado de Calvino pero asimétrico. A los 14 una bala de cañón le destrozó la pierna izquierda a la altura de la rodilla y se la amputaron; a los 16, otra bala de cañón impacta en la cubierta, levanta un enjambre de astillas, una lo deja tuerto del ojo izquierdo. A los 23, una bala de mosquete en el antebrazo derecho, se lo deja parcialmente inmovilizado; cojo, tuerto y manco.

Recordé dos biografías de héroes de mi adolescencia: Douglas Bader -Tin Legs Bader-, aristócrata británico que, fanfarroneando con su avión a baja altura, se estrelló y perdió las piernas por debajo de las rodillas, volvió a volar con prótesis y combatió en la Batalla de Inglaterra. Lo conocí primero por Selecciones del Reader’s Digest y luego por la película Proa a las nubes. También Aleksey Maresyev, derribado por los nazis a principios de la invasión a Rusia, perdió las dos piernas, volvió a volar y combatir; lo conocí por la novela Un hombre de verdad, de Boris Polevoi. No puedo dejar de lado en mis comparaciones a Stephen Hawkins y su esclerosis lateral amiotrófica, agravada con el paso de los años, hasta quedar casi completamente paralizado y comunicándose con un aparato generador de voz.

Es sabido que las desdichas de los hombres, cantadas por otros hombres, dan tragedias para de solaz de auditorios, libros y pantallas. Pero recién hacia 1895, los alemanes, con la precisión filológica que los caracteriza, definieron estas formas de solaz como Schadenfreude (Schaden = daño y Freude = alegría) esto es: “satisfacción o placer sentido al contemplar la mala suerte de los otros.”

A raíz de mi accidente, esta suma de Schadenfreuden de personalidades relevadas en esta líneas y, a modo de consuelo -quizá para justificar mis lamentos-, quisiera verlos a Blas de Lezo, Tin Legs Bader o Aleksey Maresyev, con ataques alérgicos de tos y ahogados en mocos cuando arrecia un combate.

 





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