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daniloalberovergara 11/9/2015 11:50:39 AM
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Entrevista a Fogwill
por Danilo Albero Vergara
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Tags Danilo Albero Vergara escritores argentinos escritores latinoamericanos literatura literatura latinoamericana literatura en espaol relatos novelas
 
El reencuentro con el tiempo y una amistad perdidos en el ocano de la web.
 

A propósito del armado de mi página web quise reencontrar una versión de una entrevista que le hice a Fogwill para la revista Maniático Textual en el año 1993 y que fuera publicada de nuevo el domingo 25 de julio 1999 en el suplemento La Jornada Semanal. Esta versión algo retocada y "traducida al mexicano" fue la trascripción de una copia en papel que le di a Rosa Beltrán a finales de 1998 o principios de 1999. Recuerdo que fue en un encuentro internacional sobre Jorge Luis Borges que se organizó en la ciudad de Buenos Aires. Por aquellos años, Rosa Beltrán era la subdirectora de la Jornada Semanal y me la presentó, en ocasión del encuentro sobre Borges, mi entrañable amigo el escritor colombiano R. H. Moreno Durán. Cuando di con el site de la versión "en lengua mexica" del diario La Jornada me encontré con una versión algo complicada para leer porque aparece llena de signos incomprensibles, aquí está:

http://www.jornada.unam.mx/1999/07/25/sem-danilo.html

 

Pero el comienzo de mi deriva por el océano de la web me llevó a una nueva isla, un blog donde se podía leer casi textual la versión original de la entrevista de 1993, aunque sin mencionar la fuente, reproducida con fecha 29 de julio de 2009:

http://filosofiayvida.blogspot.com.ar/2009/07/nuestro-espacio-literario-varia-con.html

 

Cinco o seis clics más tarde me llevaron a una mención a la entrevista publicada en La Jornada Semanal en el año 1999; ahora el site era del diario La Nación, el 28 de enero de 2000 en una reseña de Vivir afuera de Fogwill. Esa nota, firmada por Leonardo Tarifeño, hace referencia a la entrevista en La Jornada y menciona una cita con mi nombre aunque de paroxítono Albero, lo hace oxítono Alberó (de donde vino el acento de mi apellido lo ignoro, ya que el mismo figura claro en la nota de La Jornada Semanal, quizás Leonardo Tarifeño debería releer Dale Carnegie, o "Dele Carnegie" como lo rebautiza Cabrera Infante):

http://www.lanacion.com.ar/214389-la-atraccion-del-abismo

 

Lo primero que me llevó a buscar la nota de La Jornada fue el deseo de volver a publicar aquella entrevista que hice para la revista Maniático Textual en mi página web. También recuperar una amistad que surgió con Fogwill luego de aquella larga conversación que antecedió y siguió después de la entrevista. El encuentro fue en enero o febrero del 1993 en un departamento amueblado que alquilaba en la Galería Rustique, avenida Santa Fe 1126. Ahora, y visto a la distancia, esa galería era el lugar ideal para que él tuviera su residencia por aquellos años, porque tuvo -y ha mantenido hasta hace unos años- un largo prontuario, ya que no fama, de albergar en sus departamentos mini prostíbulos para demandas polisexuadas y ser un nicho ecológico muy bien ubicado para que medren dealers de distintas especies y subespecies. Un refugio ideal para la mitología que Fogwill estaba escribiendo por aquellos años, con obsesión y método de un fisicoculturista –aunque en su caso del intelecto-, para elaborar su mejor y más acabado personaje literario: Quique para los íntimos, Quique Fogwill y, por último, solo Fogwill. Una marca que identifica –una sinecdóque, dice él en la entrevista- como Rolex, Mont Blanc, Dupont o Uzi, como el relata en algunos de sus cuentos.

Pero, al momento de la entrevista, otro detalle más simbólico y cargado de contenido fue el que se me cruzó. Su departamento estaba equidistante del Teatro Colón y de la Sociedad Científica Argentina, avenida Santa Fe 1145. Esa primera impresión geográfica es la que prevalece hasta mi presente -7 de noviembre de 2015, 17,28-, en que recupero y escribo aquel momento de nuestro primer encuentro.

Aparte de la cinta grabada y mis notas-¡ay, ambas perdidas!- sólo me queda el documento Word con el texto, el ejemplar de Maniático Textual y, mucho más importante, varios anaqueles de recuerdos: una conversación previa sobre procesadores de texto, un análisis delicioso del desconcierto de la gente de la revista Punto de Vista a raíz de la tapa de un número reciente, que tenía un dibujo de Escher donde un hombre tiene una esfera en la mano y, junto con su mano, brazo y esfera, se ve reflejado en ella. A propósito de esta tapa, Fogwill me hizo notar lo que, a su criterio reflejaba el desconcierto ideológico de los responsables de la revista, que siempre elegían para sus tapas dibujos más à la Carpani.

La cornucopia que me quedó de esa entrevista -que Fogwill no quiso leer previa a la publicación- fue abundante y, para mí enriquecedora y, cada vez que la sacudo me da nuevos frutos. El primero, Fogwill se encargó de comentar a todos sus conocidos que era la mejor entrevista que le habían hecho hasta el momento, una de las razones por la que Rosa Beltrán se llevó la copia para publicar "en mexicano". El segundo golpe del cuerno de la abundancia fue cuando le pedí si podía leer el manuscrito de mi primer libro, cosa que no solo hizo sino que me llamó por teléfono la misma semana en que lo recibió para decirme que todos los textos le habían gustado y aconsejarme que no dejara que ningún editor le metiera mano, los que saben me entienden a quien se refería en especial con ese consejo. En otro paso más de su generosidad me redactó la contratapa de ese libro de cuentos cuyo título me lo impuso el editor. El resultado cómico fue que muchos conocidos me preguntaron como había hecho para que Fogwill me escribiera la contratapa, no me consta que hayan leído el libro.

Poco tiempo después de aquel encuentro en la Galería Rustique, Fowgill se fue a vivir a un primer piso de dos ambientes en la calle Berutti al 4000, a pocos metros de un hotel alojamiento que estaba frente al club Cangas del Narcea, a cuadra y media de nuestro departamento. Durante un par de años fue nuestro huésped que nunca precisó ser invitado, se entusiasmó con mis dry martinis pero "stirred not shaken" –como decía invirtiendo el orden de la frase del doble o seven, en una oportunidad me contó que era el coctail preferido de Buñuel-, le encantaba hablar de retórica con Beatriz e intentaba, en vano, sacarle alguna infidencia del ambiente académico. No era ningún ceremonial, tocaba el timbre cada vez que se le daba la gana y subía a cenar. Cuando no, dejaba una nota pegada en el portero eléctrico, a veces la hoja de un libro que acababa de leer y nos quería pasar para que lo comentáramos. Luego se mudó a otro barrio, pero volvía un par de veces con semana a sus derivas por el cruce de Godoy Cruz y Berutti para ver algunos quioscos donde compraba caramelos para los niños que lo rodeaban y otras cosas para su consumo personal, con el tiempo dejó de frecuentar la zona y nosotros también nos mudamos. Poco antes de la caída del gobierno de De la Rua, a raíz de una discusión en un foro de La SEA de una página web que dirigía Víctor Redondo tuvimos un cruce fuerte de opiniones. El tiempo hizo el resto.

Ahora que releo la entrevista veo tres cosas que olvidé mencionar al momento de publicarla. La primera, la operación que yo, alevín de escritor, había captado en Fogwill como lector de literatura argentina contemporánea; en la entrevista hablamos de "Help a el" y de "Testimonios", pero no mencioné "La cola", otro relato memorable donde parodia y reescribe "La señora muerta" de David Viñas y, de paso, como quien no quiere la cosa, le mete un par de puntazos a Ernesto Sábato. La segunda, cuando Fogwill menciona la nota escrita por Adolfo Bioy Casares en la revista Sur de 1942, estaba totalmente empapado en la polémica surgida cuando a Borges se le niega el premio nacional de literatura ese año y la polvareda que se levantó con el número desagravio de Sur de mayo de ese año. La tercera es su monumental conocimiento no solo de literatura argentina, latinoamericana y sino universal y la elegancia como la incluía en sus conversaciones sin que se notara; cuando en la entrevista dice "cualquier ama de casa, si tuviera las dotes narrativas de un escritor, contando como se hace una pizza podría escribir un gran relato" reescribe, sin mencionar, la "Respuesta a Sor Filotea". La cuarta su oído musical y agilidad mental para crear sobrenombres e hipocorísticos, así mencionó a "nuestro mejor escritor inglés", "nuestro mejor escritor cojo", "Gabriel García Marketing" y muchos otros que tengo vívidos; la luz del entendimiento me hace ser muy comedido.

Cuando Fogwill cruzó el Aqueronte, algunas péñolas de las jóvenes generaciones de su séquito, quisieron amortajarlo con el manto sagrado de "escritor maldito". ¡Bingo! Beatriz Sarlo -a quien Fogwill, parafraseando a otro crítico, llamó en nuestra entrevista "Beatriz Sarli"-, blandió su espada flamígera y expulsó a todos los partidarios del futuro parnaso literario, que estaban edificando para adorar su becerro de oro, la momia del muerto. A los que le interese pueden ver su nota en el diario Perfil, "No fue un maldito".

 

El domingo 22 de agosto de 2010, Beatriz no tuvo ánimo de acompañarme, yo tampoco tenía ánimos pero hay encuentros a los que uno no puede faltar. En la esquina de Santa Fe y Thames compré un clavel y me fui en taxi a la Biblioteca Nacional en las paredes, algunas coronas, un ataúd cerrado, dejo mi clavel sobre la tapa, una flor solitaria. Me crucé con Jorge Lafforgue, me habló con emocionada admiración de "el loco" y quedamos de llamarnos por teléfono; vi que en esa multitud, definitivamente yo era sapo de otro pozo.

En el taxi de vuelta a casa pienso en la coincidencia del día del velorio con otro 22 de agosto. Seguramente Fogwill, del otro lado del Aqueronte, ya está, a propósito de esa coincidencia casi macabra de fechas, escribiendo otro relato memorable. Algún día lo voy a leer.

 

 

Contratapa del libro de Fogwill Mis muertos punk. Ediciones Tierra Baldía, Buenos Aires, 1980.

 

CUENTO

Había un premio. Dinero: un cheque. Había otro premio: una edición. La Gran Editorial lanzaría el libro. Vaticinaban un lanzamiento Grande, Editorial. Llegó el cheque. Días después, por correo el Contrato Editorial. "Rogamos firmalo a la brevedad...", rezaba un papelito. Fue leído, a la brevedad, el contrato: ¿Premio o Castigo...?

Llamaron al ejecutivo de la editorial. Hombre de letras, hombre de tacto y reconocido buen gusto (era uno de los jurados que premiaron el libro.) Se habló:

     - Decime, querido... ¿Vos leíste mi libro... –preguntó el de escribir.

     - Si. ¡Naturalmente! –juró el de premiar.

     - ¿Y vos pensabas –preguntó el de hacer cuentos- que habiendo escrito un libro como el mío yo firmaría un contrato como el tuyo?...

Reía el de juzgar (el de premiar, el de editar). No firmó el de escribir. Y quedaron amigos: chicas cuestiones de derechos de autor no pueden pringar una amistad, ya bastante encastran la literatura. El libro sale así. El que escribe ya había aprendido a perder, especialmente cuando gana.

 

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