Mientras nosotros los miramos, la nueva tecnología dialoga entre sí. Las aplicaciones que nos bajamos a los dispositivos le envían porciones de datos a algún otro dispositivo que conforman una información, mientras otro dispositivo alterno, le envía esa información a otro dispositivo, que a su vez, dispara diferentes acciones.
Nosotros, ausentes e ignorantes del proceso, se supone que somos los beneficiados. Mientras somos beneficiarios inocentes, los dispositivos, comunicados entre sí, sin nosotros, se fabrican con una apariencia o función para con nosotros, como si fuéramos el reloj de Chaplin, nos hacen creer que son útiles para nuestra vida.
La creación de estos dispositivos, tienen que tener el aditamento necesario para conmover nuestros sentidos, arte, belleza y la inquietud de proponernos una experiencia personal dinámica cuya función sea más lúdica que útil.
Las funcionalidades están preparadas para darle significado a los datos que recolectan, el dinamismo del uso, la experiencia particular, aportará la relevancia.
Lo temerario es que al responder a nosotros, estamos diciendo que prácticamente responden a programar prediseñados, que somos previsibles, que los dispositivos están más consientes del entorno y el contexto que nos representa, y pueden evaluarlo y evaluarnos.
Somos estructuras que nos estamos entrenando para adaptarnos a una vida que nos están diseñando.
Prácticamente los dispositivos nos informan, a su vez, sobre todo, contamos con la inteligencia de su propósito para el uso diario y nos amoldamos y nos amoldan.
El futuro, se construye en los laboratorios de tecnología, se planean ciudades, todo tipo de industria, y objetos de consumo que ya están vendidos antes siquiera de ser diseñados, porque los datos indican que somos compradores, estamos entrenados para ello.
Son los dispositivos los que evolucionan en el tiempo y ellos nos jalan hacia el futuro.