La globalidad nos ha incorporado un sentido más, la percepción de la onda según los países. Es notable cómo en las redes puede distinguirse la estela de los modos con se elige relacionarse con el mundo, pasada la superficialidad de la primera impresión, al poco tiempo se abre la verdadera personalidad, aunque en muchos casos no ocurra nunca.
Leí en una encuesta peculiar sobre un estudio de índices de optimismo de los países, los franceses se llevan el primer puesto de los más tristes, sin que se pueda definir la relación con el pesimismo, aunque el sentido común las detecta dependientes.
La alegría, parece está en relación directa con el optimismo, la encuesta, como es de suponer, no contempla Argentina, o la soslaya a propósito, es mi presunción.
Ocurre que el porteño, no así el resto del país, establece un punto de indeterminación, precisamente por la característica forma de relacionarse, con las personas y el entorno, principalmente porque despliega mala onda, en diversos formatos, ya sea con humor, con mal humor, con enojo, con ira, con furia, como sea, el porteño actúa como si todo fuera un ataque personal hacia su persona.
Cuando se dirige un extranjero al típico porteño, el porteño se siente en la obligación de responder con lo que él cree ingeniosidad, lo que traduce en chiste o cargada, ironía o burla, según el caso, y es posible que vaya acompañada de comentarios paralelos que siempre son de queja, pesimismo, adobada con crítica política; porque el porteño se siente informado y en esos pequeños comentarios establece su condición política, como si se estuviera calzando en un molde, más como advertencia que como modo de esperar aceptación.
Las normas de conducta, son ignoradas por el porteño, no se preocupa por entender las formas de relación del interlocutor, él invade con la suya, te guste o no y mejor que te vayas adaptando.
Entre países pesimistas, no hay manera que otros países nos ganen, no hay acción con la que el porteño no tenga reservas y no logra abandonarse tan siquiera a la esperanza, es un país golpeado en su credibilidad, pero los ciudadanos no logran distinguir entre los problemas controlables por ellos y los que no pueden controlar.
Por ejemplo, no logran asumir que no pueden controlar el humor ni la onda del prójimo, insisten con imponerles “sus modos” a cualquiera, porque fundamentalmente están convencidos que las buenas intenciones justifican cualquier comportamiento, sin preocuparse del resultado.
Lo que llaman campechano, informal, se traduce en “aguántame mi personalidad”, lo que resulta en una fantasía que no tarda en convertirse en mala onda con el otro, ya que el otro, “no tiene onda”; el porteño no asume el derecho ajeno a no tener que aguantarlo.
En dicha encuesta, entre los países más alegres y bien recibidos en el mundo están los Brasileros, gente alegre y respetuosa. Al porteño le resulta difícil digerir que Brasil es una potencia, que ha sabido insertarse bien en un mundo al que propio porteño se cree con mejor derecho, el mundo de los negocios, de las relaciones exteriores, de integrante de encuestas.
El porteño, se autodisculpa, mientras países como España siente vergüenza de los deportistas que consiguieron medallas de oro por dopaje, el porteño promedio disculpa a Maradona, por el mismo hecho que nos expulsó de un mundial, incorporando excusas que ningún país serio disculpa.
El porteño desarrolla la cultura de la inconformidad y el pesimismo, se suma a causas que deberían ser tomadas con calma para ser aclaradas con violencia, agresión y la incorpora a todas la quejas acumulándolas como argumentación para todos los casos, es así que cualquier situación explota con intensidad superior al asunto que la causa; cualquier problema genera un caso social de proporciones que puede terminar en un caso fatal.
Si a un perro se le ocurre defecar en una vereda, el mismo nivel de agresión recibe el animal que el dueño, y no se sabe dónde termina el asunto.
Las películas que se filman, reflejan un poco esta cultura, hay de fondo un desborde, un desconsuelo, una inevitable decepción, en la resolución de temas, en la elección de temas, en el espectador, que sabe, que como sea, terminará de ese modo representativo del porteño típico, mal, sin desahogo.
Melancolía, y sus opciones son condimentos usuales en la literatura y films argentinos, bebidas, cigarrillos, drogas, situación bizarras en las que impera la casualidad, y la casualidad, para el porteño promedio, conspira contra él; por lo tanto, se siente reconocido cuando ve ese reflejo en la literatura o el cine.
El cine Argentino, que suele ser el cine porteño, así como la literatura porteña dedica sus estrategias a convertir en interesante la mala onda.
De este modo, es difícil tratar de organizar una sociedad que incorpora un guión permanente de insatisfacción, de queja, de descontento.
Mientras en cualquier nación la comparación con otras épocas le sirve a un país para mejorar en sus pretensiones, en sus acciones y sobre todo, curar problemas y tenerlos presentes para no repetirlos, en el guión del porteño hay una vocación de deformación del pasado para acomodarlo a un presente, incorporándolo a la queja sin admitir que está mejor, la declaración de insatisfacción se justifica con el presente, sin considerar cuánto de su propias acciones y conducta lo conducen a repetir las situaciones que generaron la crítica.
La mala onda, es un atributo de la conciencia crítica, del porteño, y el resultado es generalmente, una reacción desmedida, usualmente tiránico y prejuicioso con que tiñen toda situación sin distinguir niveles.
Bajo esta óptica, la única razón por la que Argentina no es un país que ingrese en las encuestas de países con mayor tasa de suicidios, es porque en su tozudez, el porteño incorpora en su idiosincrasia el desparramar su “ser porteño”, con máxima responsabilidad.
Para alguien del interior, la adaptación, consiste en aprender a ignorar y dejar que cada uno se revuelva en su propia salsa, y cuando tomamos contactos con el exterior, aprender a indicar: no soy porteña, lo cual, suele ser suficiente para marcar la divergencia, y en el resto de los países, ya aprendieron a comprender la diferencia.